Hace unos días, las puertas del Hospital General de Verón Punta Cana se abrieron con urgencia para recibir a un niño en estado crítico.
Esa madre no sabía si llegaban a tiempo. No sabía qué esperar. Solo sabía que su hijo necesitaba ayuda… y rápido.
Desde el primer segundo, el equipo de emergencia entró en acción. No hubo titubeos. Camillas que se mueven, voces firmes que se organizan, corazones que se activan no solo con conocimiento, sino con compasión. Médicos, enfermeras, … cada uno cumpliendo su rol como parte de una sinfonía que tiene un solo objetivo: salvar vidas.
Después de unos días, donde antes hubo miedo, comenzó a nacer esperanza. Su hijo empezó a responder. A recuperarse. A respirar con más fuerza. Y con cada paso hacia su recuperación, también lo hacía su fe en la vida… y en las personas que la rodeaban.
Hoy, con su hijo a salvo por la misericordia de Dios, el amor y profesionalismo de los médicos, esta madre quiso dejar un mensaje. No sabía dónde escribirlo, pero tenía claro que necesitaba decirlo: “Estoy más que agradecida con todo el personal de este hospital por salvarle la vida a mi hijo.”
Y no se detuvo ahí. Su gratitud fue tan profunda que recordó cada rostro, cada gesto, cada voz:
A la doctora Yanet Martínez, por su dedicación inquebrantable.
A Reina, que —como ella dice— hace honor a su nombre.
A la enfermera Ana, por cuidar con dulzura y firmeza.
A las cocineras, por alimentar no solo el cuerpo, sino también el alma.
Al personal de limpieza, por mantener el entorno digno y humano.
Al equipo de seguridad, siempre atentos y presentes.
Y a todos los que recibieron a su hijo en emergencias, por actuar sin dudar.
En cada pasillo de un hospital hay historias como esta. Algunas se quedan en el corazón en silencio. Otras, como la de esta madre, nos sacuden y nos inspiran.
Porque al final del día, no se trata solo de medicina, sino de humanidad.
